domingo, 22 de agosto de 2004

Alarmas



Nos pusimos los pasamontañas y bajamos de la furgoneta.
-J.R., ya sabes lo que tienes que hacer.

Me quité el guante y acerqué mi mano al teclado. Cambiaban el código de seguridad todas las mañanas. Sufrí un pequeño mareo, pero Alexander evitó que cayese. Borré las huellas, volví a enfundarme el guante y pulsé, sin ninguna duda, la combinación de 6 números.
Pillamos a los dos guardias desprevenidos y les apuntamos a la sien.
-Deja el arma en el suelo si no quieres que te llene de plomo… ¡Todo el mundo al suelo! ¡Ahora!
-¡Toska, corta las sujeciones! Yo te cubro.
Un sudor frío recorría mi espalda. El éxito de la operación dependía de que nadie se diese cuenta de que las pistolas que llevábamos eran en realidad dos réplicas, inútiles en caso de fuego real.
-Ya los tengo, venga, vamonos, J.R.
-No tan deprisa, caballeros…


Detrás de nosotros apareció una kunoichi, totalmente vestida de negro y con su ninjato a la espalda. Toska la apuntaba con su pistola, pero le desarmó con una patada. Dejé caer la mía y la empujé hacia dónde se encontraba. Cuando se agachó a cogerla, traté de acercarme a los cuadros.
-Ni lo intentes… Zohar.
-¿Quién eres tú?
-Quién sea yo no es importante. Lo que realmente debería importarles es que he vuelto a activar las alarmas. Deberían comenzar a sonar… ahora.
Cogió los cuadros y escaló hacia el conducto de ventilación.
-¡Corre, Toska, salgamos de aquí!

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