lunes, 30 de agosto de 2004

Kashmir

Ahora mismo estoy en Kashmir, mañana salgo hacia Ladakh en autobús, serán unos 600km, se tardan dos días, haciendo noche a mitad de camino.

El camino hasta aquí ha sido duro, primero 6h en un bus local para hacer unos 200km, sorteando baches, coches, bicis, vacas... Al llegar a Jammu, en vez de un autobús, una furgoneta pequeña en la que nos apilamos 9 personas. Otras 7h, para hacer unos pocos kilómetros más.

Ya en Kashmir, Srinagar, me alojo en el lago Dhal, en una house-boat, es decir, en una casa flotante. Las construyeron los ingleses porque el gobierno indio prohibió construir casas en tierra. En una de las montañas aledañas hay un templo, el de Shankracharya, dedicado a Shiva. Dentro del lago se encuentran los Jardines Flotantes. Hay muchos canales llenos de nenúfares y de plantas que se van abriendo según se avanza en las shikaras.

sábado, 28 de agosto de 2004

Delhi - Amritsar

Los primeros dos días en Delhi fueron algo extraños. La llegada ya fue rara, había quedado con Toska y Paal, nos debíamos encontrar en Heathrow, pero ni estaban allí ni posteriormente en el avión… incluso una azafata buscó en la lista de pasajeros y tampoco allí figuraban sus nombres, no sé que pudo pasar.

En Delhi hay un par de cosas que se deben ver, el Fuerte Rojo y la mezquita del viernes. El fuerte rojo esta construido de arenisca rojiza y es un remanso de paz en esa locura de ciudad, dentro hay bastante jardines en los que te puedes relajar y olvidar el sonido de los coches. En la zona donde me alojé, el barrio tibetano, se puede pasear con mucha tranquilidad, son callejuelas muy estrechas por donde apenas caben las bicis, y hay un par de templos budistas.

Mi primer destino, y donde he empezado a respirar un poco, ha sido Amritsar, donde se encuentra el Templo de Oro, sagrado para los Sijs. La parte exterior del templo es de color blanco, con muchas partes de mármol. En medio hay un pequeño estanque, donde la gente se baña para purificarse. Dentro del estanque una pasarela, llamada de los gurus, lleva hasta el templo de Oro propiamente dicho, es todo de cobre resplandeciente y dentro hay unas lámparas y unos tapices preciosos.

Lo mas bonito ha sido por la noche, hay una ceremonia en la cual llevan el libro a dormir. Lo tratan con mucho mimo, lo envuelven con varias capas de sedas, no dejan de abanicarlo, ni de cantar. Cuando ya esta preparado, lo suben a un baldaquín de oro que es transportado por la pasarela de los gurus hasta su lugar de descanso en un edificio de la parte norte. Acabada la ceremonia, son las 23h, el lugar queda en silencio, muchos son los que dormimos sobre el mármol, es un lugar fresco y se esta bien.

miércoles, 25 de agosto de 2004

Llegada a India

La primera impresión que tiene el viajero a punto de aterrizar en Delhi es que se trata de una ciudad muy pobre. Lo sabe cuando, en el horizonte, a medida que desciende, no avista más que unas pocas luces aisladas.

Quien haya aterrizado o despegado de noche en una gran ciudad, sabe a que me refiero: esté lejos o cerca el aeropuerto del centro, siempre hay miles de brillos que provienen de los suburbios, de los polígonos industriales, de la lejana masa amarillenta o anaranjada que envuelve la ciudad. En Delhi, no. Lo constatará horas más tarde, cuando, después de una tediosa espera para pasar la aduana, le lleven hasta el corazón de la ciudad, donde se encuentran los principales hoteles.

Me despedí del señor Singh, el hindú que estuvo sentado a mi lado durante el vuelo.
-No busque explicaciones, – me había dicho – India es un país contradictorio para aquel que no ha nacido aquí. Acepte lo que vea, no pretenda mejorar el mundo, no se agobie. Por muchos años que usted viviese aquí antes, no puede comprender de qué hablo. Usted pertenece a la sociedad de la razón, una sociedad que enfermó cuando decidió olvidar a Dios. El dinero, el egocentrismo, la envidia, la ira acumulada serán su decadencia.
-No todo es así – repliqué – Usted, que vive en París, lo sabe perfectamente.
Asintió: -De todas formas, hágame caso y no intente buscar respuestas a preguntas que en India no existen. No está preparado.

La cola que se formaba para pasar la aduana era de dos velocidades. La de los nacionales, tres o cuatro veces más grande que la de los extranjeros, avanzaba despacio; la de "foreing visitors", la nuestra, no avanzaba. Sin preguntas, sellaron mi pasaporte y, tras pasar otro control más, anduve hasta la sala de recogida de equipajes donde el mío, supongo que ya mareado, se deslizaba dando vueltas en la aburrida cinta transportadora.

domingo, 22 de agosto de 2004

Alarmas



Nos pusimos los pasamontañas y bajamos de la furgoneta.
-J.R., ya sabes lo que tienes que hacer.

Me quité el guante y acerqué mi mano al teclado. Cambiaban el código de seguridad todas las mañanas. Sufrí un pequeño mareo, pero Alexander evitó que cayese. Borré las huellas, volví a enfundarme el guante y pulsé, sin ninguna duda, la combinación de 6 números.
Pillamos a los dos guardias desprevenidos y les apuntamos a la sien.
-Deja el arma en el suelo si no quieres que te llene de plomo… ¡Todo el mundo al suelo! ¡Ahora!
-¡Toska, corta las sujeciones! Yo te cubro.
Un sudor frío recorría mi espalda. El éxito de la operación dependía de que nadie se diese cuenta de que las pistolas que llevábamos eran en realidad dos réplicas, inútiles en caso de fuego real.
-Ya los tengo, venga, vamonos, J.R.
-No tan deprisa, caballeros…


Detrás de nosotros apareció una kunoichi, totalmente vestida de negro y con su ninjato a la espalda. Toska la apuntaba con su pistola, pero le desarmó con una patada. Dejé caer la mía y la empujé hacia dónde se encontraba. Cuando se agachó a cogerla, traté de acercarme a los cuadros.
-Ni lo intentes… Zohar.
-¿Quién eres tú?
-Quién sea yo no es importante. Lo que realmente debería importarles es que he vuelto a activar las alarmas. Deberían comenzar a sonar… ahora.
Cogió los cuadros y escaló hacia el conducto de ventilación.
-¡Corre, Toska, salgamos de aquí!