jueves, 9 de septiembre de 2004

Kalakshetra

Zohar atravesó el portalón. Las letras púrpuras que decoraban la madera siempre le traían gratos recuerdos. Llevaba tantos años unido a aquella institución…, en la que había crecido como persona, logrando llegar hasta donde se encontraba ahora.

Atravesó los pasillos de Kalakshetra, llegando al Ala de los despachos, cuando alguien se cruzó en su camino.

-Jadash…¡viejo amigo, que alegría verte!
-Nadir, ¡Namasté! ¿Qué es de tu vida?
-Aquí sigo, como siempre, ahora estoy trabajando como especialista en sistemas, así que tengo poco tiempo libre para los amigos.-contestó Nadir
-Me han dicho que has conocido a la futura señora Mahadevi…
-Ja,ja,ja. Si, se llama Gayathri, pero de momento no hay nada oficial, sino te habrías enterado por mi, no por absurdos rumores. Bueno, hoy tengo un par de emergencias, pero ya que estás en el país…¿te vienes el sábado a casa?

-Imposible Nadir, hoy mismo parto hacia Australia, y tengo que hacer varios trasbordos y paradas, así que voy a estar fuera un tiempo. Ya nos veremos a mi vuelta. Te llamaré. Entretanto…te he dejado una copia del último diario que he escrito. Ya sabes que aunque ahora trabajes como programador, sigues siendo mi editor, ¿no?

-Hace tiempo que deje de trabajar con mi padre, pero con mucho gusto lo leeré. A tu vuelta lo comentaremos, ¿de acuerdo?-y diciendo esto se alejó a la carrera con el diario entre las manos.

Zohar siguió con su camino hacia el despacho del director del centro.


miércoles, 8 de septiembre de 2004

Chennai

Chennai, la vieja Madras, el final de mi viaje. Vikram, un viejo amigo que trabaja de taxista, me recoge en la estación de tren. Me ha ofrecido alojamiento en el pequeño estudio de su primo, que se encuentra viviendo ahora en EE.UU. Durante el trayecto me pone al día sobre otros compañeros de Kalakshetra.

Había pasado tres años allí, descubriendo la cultura india, estudiando su sabiduría milenaria, meditando sobre mi pasado y mi futuro. Allí había encontrado el camino para superar el dolor de la pérdida. Quería volver para quedarme.

sábado, 4 de septiembre de 2004

La Ciudad de Arena

Más kilómetros de arena y desierto nos acercaban a Jaisalmer, un lugar que debió inventarse en un cuento. Tiene una calle principal abarrotada de pequeños comercios y oficios de antiguo. Alrededor de ella, afloran decenas de callejuelas estrechísimas.

Una fortaleza color de miel, que se hace lejana y cercana sin saber muy bien por qué, corona y domina la que llaman “Ciudad de Arena”. Los templos jainies, las havelis dejadas, arruinadas por la vida, o las abundantes atalayas desde las que se obtenían magnificas vistas, no solo del pueblo, sino de la frontera de Pakistán, hacían de Jaisalmer, el escenario perfecto para las mil y una noches. Deambulaba intentando acumular nuevos recuerdos: hablaba con niños traviesos que se asomaban al vacío, y me señalaban con los brazos los límites de la India.

Reparaba en los burros de lechero que, tozudos, invariablemente andaban por donde no debían. Conversaciones como la que mantuve con un anciano de Bikaner que, muy preocupado con la situación de Irak y la posible incorporación de fuerzas indias entre las fuerzas de ocupación, hablaba como aquel que ya tiene experiencia de días de balas, de sangre, de muerte y de sufrimiento. -¡Qué desastre!, ¡qué desastre! - exclamaba desazonado.

A media tarde, y antes de salir a conectarme a Internet oí una voz. Desde unas dependencias cercanas a un patio lleno de ocas, vacas, un caballo viejo y algún que otro cerdo que holgazneaba despistado en el barro, la sombra del encargado del hotel me hizo una seña para que me aproximase.
- Señor, venga, aquí se está bien.
Deseaba invitarme a tomar té con él. Acepté inmediatamente: hay invitaciones que son auténticos regalos. Allí, sentados, casi a oscuras, hablamos de todo, de nada en particular. Queríamos saber cosas sobre nuestros países, sobre nuestras vidas.
- Debo arreglar unos asuntos en Chennai, me gustaría optar a una plaza de profesor. Pero he aprovechado para conocer el norte del país…

El té nos lo trajo, en bandeja tintineante y nerviosa, uno de los chicos que vigilaban el hotel. Abanicándonos, él con una hoja, yo con un folio lleno de garabatos, bebimos despacio, sin prisas, un aromático té con leche y cardamón que yo no quería que se acabase nunca.
Antes de cenar entré en un Cybercafé, y escribí al director para avisarle de mi llegada a Madras, y concertar una cita. Cené en el restaurante Trío, en un terrado con vistas a mi hotel y al fuerte. Me encontraba muy bien: estos eran los detalles que justificaban cualquier viaje.

miércoles, 1 de septiembre de 2004

El astrólogo

Había puesto el despertador a las cuatro y media de la mañana para ver amanecer el Taj Mahal. De noche no se ilumina y se eclipsa, como si a la luna se la hubiera denegado el derecho a acariciar su mármol blanco. Hay veces que tenemos tantas ganas de ver algo que luego nos decepciona o no se ajusta a lo que teníamos en mente; lo que teníamos imaginado. El Taj Mahal es como el fuego, como el mar: no te sacias de contemplarlo, te apresa. Te va atrayendo: despacio, no corras, parece que va diciendo. Me senté sobre el mármol, sobre la hierba, en los bancos buscando la clave de los misterios que encierra.

El Taj Mahal es un mausoleo construido por amor. Cuentan que el emperador mongol paso sus últimos años contemplándolo con nostalgia desde el Fuerte de Agra, donde había sido confinado por su hijo al acceder al poder.

Por la tarde, cuando la temperatura había bajado unos grados y las nubes amenazaban con tormenta, me fui a visitar el fuerte de Agra. Decidí descansar un rato y admirar el Taj Mahal en la lejanía. India me había dado un cheque en blanco cada día y procuraba agotarlo. Me acostaba tarde, me levantaba temprano, dormía deprisa y caminaba despacio. Pero no debía olvidar que tenía aún trabajo esperándome en Australia.














Regresé al hotel. Estaba cansado, necesitaba descansar de tanto ajetreo. Tras la cena, me encaminé al bar del hotel para tomar una copa. Sentado a escasa distancia de mí, se encontraba el astrólogo del hotel. En India hay hoteles excelentes que tienen de todo: gimnasio, peluquería, fotógrafo, masajista, médico. Lo del astrólogo yo no lo había visto nunca.

Tomó mi mano izquierda; luego la derecha. Me preguntó la fecha y lugar de nacimiento y dibujó puntos en la palma de mi mano. Una vez finalizada la operación se apartó y en un bloc de notas apuntó a toda velocidad algo que no pude ver, dejándome en ascuas durante un rato en el cual, consiguió alterarme un poco. Satisfecho con sus anotaciones esbozó una mueca de complacencia y empezó a contarme. Insistió en dos o tres puntos. Le pedí que los escribiese en un papel y guardé ese papel en mi diario. Su último consejo fue: "No creas ciegamente a nadie".

lunes, 30 de agosto de 2004

Kashmir

Ahora mismo estoy en Kashmir, mañana salgo hacia Ladakh en autobús, serán unos 600km, se tardan dos días, haciendo noche a mitad de camino.

El camino hasta aquí ha sido duro, primero 6h en un bus local para hacer unos 200km, sorteando baches, coches, bicis, vacas... Al llegar a Jammu, en vez de un autobús, una furgoneta pequeña en la que nos apilamos 9 personas. Otras 7h, para hacer unos pocos kilómetros más.

Ya en Kashmir, Srinagar, me alojo en el lago Dhal, en una house-boat, es decir, en una casa flotante. Las construyeron los ingleses porque el gobierno indio prohibió construir casas en tierra. En una de las montañas aledañas hay un templo, el de Shankracharya, dedicado a Shiva. Dentro del lago se encuentran los Jardines Flotantes. Hay muchos canales llenos de nenúfares y de plantas que se van abriendo según se avanza en las shikaras.

sábado, 28 de agosto de 2004

Delhi - Amritsar

Los primeros dos días en Delhi fueron algo extraños. La llegada ya fue rara, había quedado con Toska y Paal, nos debíamos encontrar en Heathrow, pero ni estaban allí ni posteriormente en el avión… incluso una azafata buscó en la lista de pasajeros y tampoco allí figuraban sus nombres, no sé que pudo pasar.

En Delhi hay un par de cosas que se deben ver, el Fuerte Rojo y la mezquita del viernes. El fuerte rojo esta construido de arenisca rojiza y es un remanso de paz en esa locura de ciudad, dentro hay bastante jardines en los que te puedes relajar y olvidar el sonido de los coches. En la zona donde me alojé, el barrio tibetano, se puede pasear con mucha tranquilidad, son callejuelas muy estrechas por donde apenas caben las bicis, y hay un par de templos budistas.

Mi primer destino, y donde he empezado a respirar un poco, ha sido Amritsar, donde se encuentra el Templo de Oro, sagrado para los Sijs. La parte exterior del templo es de color blanco, con muchas partes de mármol. En medio hay un pequeño estanque, donde la gente se baña para purificarse. Dentro del estanque una pasarela, llamada de los gurus, lleva hasta el templo de Oro propiamente dicho, es todo de cobre resplandeciente y dentro hay unas lámparas y unos tapices preciosos.

Lo mas bonito ha sido por la noche, hay una ceremonia en la cual llevan el libro a dormir. Lo tratan con mucho mimo, lo envuelven con varias capas de sedas, no dejan de abanicarlo, ni de cantar. Cuando ya esta preparado, lo suben a un baldaquín de oro que es transportado por la pasarela de los gurus hasta su lugar de descanso en un edificio de la parte norte. Acabada la ceremonia, son las 23h, el lugar queda en silencio, muchos son los que dormimos sobre el mármol, es un lugar fresco y se esta bien.

miércoles, 25 de agosto de 2004

Llegada a India

La primera impresión que tiene el viajero a punto de aterrizar en Delhi es que se trata de una ciudad muy pobre. Lo sabe cuando, en el horizonte, a medida que desciende, no avista más que unas pocas luces aisladas.

Quien haya aterrizado o despegado de noche en una gran ciudad, sabe a que me refiero: esté lejos o cerca el aeropuerto del centro, siempre hay miles de brillos que provienen de los suburbios, de los polígonos industriales, de la lejana masa amarillenta o anaranjada que envuelve la ciudad. En Delhi, no. Lo constatará horas más tarde, cuando, después de una tediosa espera para pasar la aduana, le lleven hasta el corazón de la ciudad, donde se encuentran los principales hoteles.

Me despedí del señor Singh, el hindú que estuvo sentado a mi lado durante el vuelo.
-No busque explicaciones, – me había dicho – India es un país contradictorio para aquel que no ha nacido aquí. Acepte lo que vea, no pretenda mejorar el mundo, no se agobie. Por muchos años que usted viviese aquí antes, no puede comprender de qué hablo. Usted pertenece a la sociedad de la razón, una sociedad que enfermó cuando decidió olvidar a Dios. El dinero, el egocentrismo, la envidia, la ira acumulada serán su decadencia.
-No todo es así – repliqué – Usted, que vive en París, lo sabe perfectamente.
Asintió: -De todas formas, hágame caso y no intente buscar respuestas a preguntas que en India no existen. No está preparado.

La cola que se formaba para pasar la aduana era de dos velocidades. La de los nacionales, tres o cuatro veces más grande que la de los extranjeros, avanzaba despacio; la de "foreing visitors", la nuestra, no avanzaba. Sin preguntas, sellaron mi pasaporte y, tras pasar otro control más, anduve hasta la sala de recogida de equipajes donde el mío, supongo que ya mareado, se deslizaba dando vueltas en la aburrida cinta transportadora.

domingo, 22 de agosto de 2004

Alarmas



Nos pusimos los pasamontañas y bajamos de la furgoneta.
-J.R., ya sabes lo que tienes que hacer.

Me quité el guante y acerqué mi mano al teclado. Cambiaban el código de seguridad todas las mañanas. Sufrí un pequeño mareo, pero Alexander evitó que cayese. Borré las huellas, volví a enfundarme el guante y pulsé, sin ninguna duda, la combinación de 6 números.
Pillamos a los dos guardias desprevenidos y les apuntamos a la sien.
-Deja el arma en el suelo si no quieres que te llene de plomo… ¡Todo el mundo al suelo! ¡Ahora!
-¡Toska, corta las sujeciones! Yo te cubro.
Un sudor frío recorría mi espalda. El éxito de la operación dependía de que nadie se diese cuenta de que las pistolas que llevábamos eran en realidad dos réplicas, inútiles en caso de fuego real.
-Ya los tengo, venga, vamonos, J.R.
-No tan deprisa, caballeros…


Detrás de nosotros apareció una kunoichi, totalmente vestida de negro y con su ninjato a la espalda. Toska la apuntaba con su pistola, pero le desarmó con una patada. Dejé caer la mía y la empujé hacia dónde se encontraba. Cuando se agachó a cogerla, traté de acercarme a los cuadros.
-Ni lo intentes… Zohar.
-¿Quién eres tú?
-Quién sea yo no es importante. Lo que realmente debería importarles es que he vuelto a activar las alarmas. Deberían comenzar a sonar… ahora.
Cogió los cuadros y escaló hacia el conducto de ventilación.
-¡Corre, Toska, salgamos de aquí!

martes, 25 de mayo de 2004

Despedida
















4:42 am. Recojo el reloj de la mesilla, me levanto de la cama y comienzo a vestirme. Descuelgo el teléfono mientras observo, desde la ventana, las luces de los coches que atraviesan la ciudad y el espectáculo de las fuentes. Cuando cuelgo el auricular del teléfono, escucho su voz a mi espalda.

-mmm ¿ya te vas?
-Sí, acabo de pedir un taxi a la recepción.
-No quiero que te vayas. Venga, quédate al menos un par de días más...
-No puedo. Imposible. Lo siento, Maddie.
(...) ¿Sabes? Estoy empezando a hartarme de ir de un sitio a otro sin parar, de tantos aeropuertos... He estado volando mucho, demasiado. Cada pequeño salto que damos, cada turbulencia... a veces deseo que nos estrellemos. No me importa ninguno de los demás pasajeros; cierro los ojos...
-¡No digas eso! Zohar, ven, siéntate aquí, cálmate...
-Esta vida no es para mí... estoy harto de hoteles caros, de esta mierda de jarrones de imitación...

Tras impactar contra el suelo, los fragmentos del caro jarrón quedaron esparcidos por toda la habitación. Continué mi despedida, haciendo un esfuerzo por frenar las lágrimas al borde de mis ojos.
-En cuánto haga un último trabajo ayudando a un viejo amigo enviaré la información de Spiegel a tu padre y volveré a la India. Allí estaba bien, mi vida tenía un sentido... ¿No lo entiendes? Tengo que volver.

martes, 2 de marzo de 2004

Aeropuerto

Después de facturar, pasar los controles de seguridad y hacer una breve visita al duty free, me dirigí a la cafetería. Allí estaba él, con una cadena de oro en la muñeca, removiendo su taza de cappuccino. Me senté en la mesa, enfrente de él.

-Hola, Paul.
-¿Quién es usted? ¿Qué quiere?
-Quién sea yo no es importante. Michael LeBrook le envía saludos.
-¿Cómo me ha encontrado?
-Señor Spiegel, con dinero y determinación se puede encontrar a cualquiera. Dígame... ¿qué le trae por Amsterdam?
-Vine para hacerle un encargo a un amigo. Pero ha desaparecido del mapa. Supongo que usted tiene algo que ver...
-Se equivoca.
-Bueno, siento tener que poner fin a esta charla tan agradable... pero tengo que coger un avión.

La taza de café saltó por los aires. Paul Spiegel aprovechó el momento de confusión para comenzar a correr. Comencé a perseguirle pero, cómo si las atrajera un imán, decenas de maletas comenzaron a interponerse en mi camino.
-¿Qué demonios...?

martes, 3 de febrero de 2004

Comunicando

-Soy yo. Ya he perdido la cuenta del número de mensajes que te he dejado. También la de los meses que han pasado sin saber nada de ti. Tengo la sensación de haberte perdido otra vez… y eso me da miedo. Me da igual ya el trabajo. Eres mi hermano, y te necesito.

A doscientos metros de mí, ajeno a todo, sin poder imaginarse que alguien lo escucha, Johnny Spiegel trata, infructuosamente, de localizar a su hermano.

-Por favor, cuando escuches este mensaje, de cualquier modo, me da igual cómo, hazme saber que sigues bien.

Cuánto más me acercaba a él, cuánto más conocía de Spiegel, mejor lo comprendía. Comenzaba a sentirme identificado con él. Aquel hombre no merecía lo que le amenazaba. Ahora lo veía claro, debía ayudarle, y sólo había una manera: encontrar a su hermano Paul.

miércoles, 31 de diciembre de 2003

Auld Lang Syne

Las puertas del vagón se abrieron en la estación de Piccadilly Circus. La multitud atravesó el andén hacia las escaleras mecánicas, donde un viejo rockero amenizaba su llegada con una guitarra eléctrica. La gente sonríe al pasar a su lado.











Ya en la plaza, la gran pantalla anuncia qué países ya están celebrando: China, India...
Eso me recuerda que debo hacer una llamada. En Trafalgar Square encuentro una cabina vacía. En la misma esquina oscura, numerosas personas orinan en la verja de la National Gallery.
En la pantalla gigante se proyecta un programa de humor de tv. La plaza está completamente atestada, llena de gente esperando escuchar las campanadas. El Big Ben no se hace esperar ...5, 4, 3, 2, 1, 0... abrazos, botellas de champán, feliz año nuevo.

Tras brindar y cantar a coro con un grupo de desconocidos, doy un último trago a mi lata de cerveza y avanzo siguiendo la riada humana hacia el Soho. Desde la ventana de una casa donde se celebra una fiesta, un saxofonista dedica a los viandantes su versión del Auld Lang Syne.

jueves, 16 de octubre de 2003

Meknés

La acogedora calidez del Hotel Zaki, me invita a permanecer hasta tarde en la cama. Nada mejor que un largo sueño para reponer las energías que sin duda necesitaré en la tumultuosa Tánger, última parada de mi viaje por territorio marroquí.

Me despierto más allá de las tres de la tarde en mi habitación. Un tremendo dolor de cabeza me confirma que bebí demasiado anoche. Cuan inteligentes eran los mandamientos del Islam al prohibir el alcohol.

Dejo el Zaki y me dirijo a pie hacia la medina. Un nuevo que me lleva hasta la puerta de Bab el Mansour, donde degusto un té con menta.Un petit taxi me lleva de nuevo hasta la estación de trenes de El-Amir Abdelkader, la gare petite. El próximo tren para Tánger sale en dos horas.

domingo, 10 de agosto de 2003

Diamantes

-…y se fueron con esos diamantes robados a los alemanes nazis.
-Qué historia… ¿y tú estás metido ahora en algo?
-Ya sabes cómo soy, no puedo dejar de trabajar. Estoy estudiando la seguridad del Museo Munch.
-¿Otra vez? Estás obsesionado con ese cuadro…
-En agosto la ciudad se llena de turistas, seguramente sea el mejor mes para intentar algo… lo prepararemos para el año que viene. Si te interesa…
-¿No recuerdas cómo acabo la última vez?

Paal Enger suspiró, sombrío.
-Pasaste seis años en la cárcel por aquello.
-Esta vez será distinto, no tiene un sistema tan sofisticado como el de la Galería Nacional. Échale un vistazo a los planos… por los viejos tiempos.
-Está bien, veamos…
-Por cierto, no te he enseñado mi última adquisición. Aquí está: "El jardín de las Hespérides". Se lo compré a un americano, me salió tirado de precio. ¿Qué te parece? (...) ¿Por qué me miras así? ¿Qué te pasa?
-No, nada, nada. Es... muy bonito.

Tras varias horas llegué a la mansión LeBrook. Al entrar encontré ropa tirada por el suelo.
-¿Qué demonios…?
Sigilosamente, seguí el rastro hasta el gimnasio. Alguien nadaba en la piscina climatizada.
-¿Hola?
Vestida con un minúsculo bikini azul, Madeline subió la escalera y salió del agua.
-¿Me puedes acercar la toalla, por favor?
-¿Qué? Oh, sí, claro. Toma.
-¿Qué tal todo, Zohar? Vaya, olvidé llamarte para avisar de que llegaba hoy. Espero que no te importe si me quedo un par de días… al fin y al cabo, ésta también es mi casa.

martes, 8 de julio de 2003

Más información

-...y parece claro que el cerebro de la estafa fue su hermano, Paul Spiegel.
Por otra parte, me extraña que el dossier preliminar que me entregó no incluyera información sobre la Fundación que financiaba las excavaciones. He estado investigando estos meses... los fondos provienen de sus socios, un conglomerado de empresas, formado por Global Welfare Consortium, Widmore Corporation, Paik Heavy Industries...
-Creo que debería tomarse unas vacaciones. Tenía pensado pasar el verano en mi residencia europea, pero el juez Sauer se empeña en no dejarme salir del país. Sería una lástima que nadie la aprovechase...

jueves, 20 de febrero de 2003

La Fundación

En la calle 57 Este se levanta, imponente, el edificio Widmore. Las medidas de seguridad para acceder a él son impresionantes. Me dirijo al piso 42, donde se encuentran las oficinas de la Fundación. En la entrada hay una placa en la que puede leerse esta inscripción:

Durante cuarenta años, la fundación ha ofrecido numerosos experimentos diseñados para la evolución de la raza humana y para proveer soluciones tecnológicas para la mayoría de los problemas de nuestros días.


Un joven pelirrojo con aspecto de rata de biblioteca se acercó a mí, sonriente:
-Buenos días, señor Zohar, mi nombre es Bobby G. Sumpter…
-Debe haber un error, quería hablar con Robert Sump…
-Lo lamento, pero mi tío se encuentra disfrutando de un año sabático; espero poder ser capaz de resolver sus dudas yo mismo.

Fuimos a su despacho y le hice algunas preguntas.
-La Fundación decidió suspender las ayudas a las excavaciones del sr. Spiegel debido a la falta de resultados. Tenemos muchos proyectos de investigación abiertos, aunque nos mueve el interés filantrópico, debe entender que la arqueología no es una de nuestras prioridades.
-Realizaron donaciones realmente cuantiosas al proyecto, por eso me resulta extraña la decisión de retirarlas tan repentinamente, justo cuándo parecía que comenzaban a hallarse indicios de la existencia de un asentamiento prehelénico en la zona…

miércoles, 19 de febrero de 2003

Visita

Pagué al taxista y salí del coche. Avancé dejando mis huellas sobre la fina capa de nieve. Hacía años que no pisaba aquel lugar, de modo que tardé algo en encontrarlos.

-Hola mamá, hola papá… siento no haber venido a visitaros antes. ¿Sabéis? estuve en Japón un tiempo... He vuelto a trabajar a lo que me dedicaba en Londres… ya sé que no te gusta que me entrometa en la vida de los demás, mamá, pero no parecía un trabajo difícil y está bien pagado. Sí, sé que os gustaría que hubiese terminado la carrera, pero estoy cansado de mirar atrás, quiero mirar hacia el futuro… trabajo para un pez gordo de Los Ángeles. Os gustaría aquello, tiene un clima fantástico, no cómo aquí, con una vegetación… vaya, casi lo olvido, he comprado unas flores…

Pasé un par de horas frente a sus lápidas, hablándoles, reflexionando. Me despedí y pedí un taxi para volver a mi hotel. A la mañana siguiente me esperaba una reunión importante.

lunes, 17 de febrero de 2003

Calle 58

En el mismo lugar que hacía veinte años, en la calle 58, junto a Broadway y Central Park. Los mismos asientos de oscuro cuero rojo, la misma cocina dónde jugaba de pequeño… cuando aquel restaurante era mi segunda casa.
Cuando llegamos a EE.UU., el señor Gilman dio trabajo a mi madre como camarera y le consiguió otro a mi padre. Pedí un bagel y café, y solicité que avisaran a Harry, el dueño.

-¡Hey, J.! ¡Qué alegría verte por aquí! ¿Hace cuánto que no venías a la ciudad?
- Bastante tiempo ya, es verdad. Veo que no habéis cambiado casi nada…
-Tratamos de preservar el legado del local, ya sabes… ¡bueno, el cartel de fuera es nuevo! Ven, sentémonos en aquella mesa, seguro que tienes mucho que contar…

Charlamos un buen rato, y tuvieron que rellenarnos varias veces la jarra de café.
-Bueno, ¿y cuánto te quedarás? ¿un par de semanas? ¿un mes?
-Qué más quisiera… vengo por trabajo, sólo estaré unos días, pero quiero aprovechar para hacerle una pequeña visita a mis padres…

domingo, 16 de febrero de 2003

Buffalo


Llegué al estadio de Orchard Park y bajé al césped. Esperé junto al túnel de vestuarios, observando al equipo, que jugaba una pequeña pachanga. No sabía que los jugadores llevasen esos mamotretos de protección también en los entrenamientos. Si mi primo los viese se reiría. Aún recuerdo cuando iba a ver sus partidos de rugby en la universidad, consiguió más puntos en la enfermería que en el campo.

-¡Buen trabajo, chicos! Nos vemos mañana.
-Buenos días profesor Graves, mi nombre es Zohar, hablamos por teléfono el jueves.
-Sí, lo recuerdo. Y bien, ¿en qué puedo ayudarle?
-Verá, se trata de Johnny Spiegel...
-¿Johnny? ¿En qué lío se ha metido ahora?
-No se preocupe, sólo quería que me hablase sobre las excavaciones que ambos dirigieron en Marruecos...

-No me lo recuerde... tuve que pedir una excedencia para poder continuar con aquellas excavaciones. Cuando volví con las manos vacías fui el hazmerreír del campus. Mi departamento me pidió que publicara algo sobre nuestros hallazgos, pero no encontramos nada sobre lo que escribir. De modo que, cuándo llegó la oferta para volver al fútbol profesional, acepté sin dudarlo. Tengo familia, ¿sabe? Las gemelas se graduarán el año próximo y...

-Le entiendo, profesor...
-Puede llamarme Fred. Llevo una foto de ellas en la cartera, la tengo por aquí...
-No es necesario, prof... Fred. ¿Podría explicarme exactamente qué es lo que buscaba el sr. Spiegel en Marruecos?

-Un templo... "el templo de la diosa"... -bramó Graves- llevaba años con esa idea de los cultos prehelénicos y la diosa madre... sinceramente, si no fuera mi amigo le habría tomado por loco. Como los burócratas de la Fundación... se cansaron de perder dinero sin obtener resultados.

-¿La Fundación? ¿Qué fundación?

lunes, 3 de febrero de 2003

Pacific Palisades

La visita a aquellos apartamentos la tarde anterior no había resultado muy productiva que digamos. Evidentemente, Paul Spiegel debió enterarse de que LeBrook se había percatado del engaño y decidió dejar la ciudad de inmediato. Si hubiera vuelto a Los Ángeles un par de días antes... bueno, al menos conseguí examinar su habitación. En la mesilla encontré un frasco vacío de tranquilizantes y una especie de aguja para inyectar, parecida a la que usan los diabéticos. Nunca pensé que la identificación falsa del F.B.I. que conseguí en Tailandia me pudiera ser tan útil.

Debía informarle en persona. Me pidieron que esperase en el salón. El cuadro del jardín de las Hespérides había sido descolgado de la pared y descansaba apoyado en la pared junto a varias litografías. Escuché que alguien bajaba las escaleras. Cuál fue mi sorpresa cuando, en lugar de a Michael LeBrook, vi aparecer a una chica muy joven. Tardé un momento en reaccionar, observando sus profundos ojos azules, enmarcados por una melena de reflejos rojizos:

-Discúlpeme, vine a hablar con el señor LeBrook.
-Lo lamento, mi padre no está en casa. Un acto benéfico en Sacramento, ya sabe que es un hombre ocupado. Si puedo ayudarle en algo…
-No, se lo agradezco, pero se trata de un asunto que debo consultar con él en persona. Ya me iba, no le causaré más molestias…
-Tranquilo, no es ninguna molestia, le diré que vino el Sr.…
-Zohar.
-Ah… he oído hablar de usted. Mi nombre es Madeline, encantada.

domingo, 2 de febrero de 2003

Desaparecido


-Ayer mismo.
-¿Así, sin más?
-Simplemente pagó y se fue.
-¿No dijo a dónde? ¿No dejó siquiera una dirección para la correspondencia?
-Nada, no dijo nada. Aquí estamos acostumbrados: la gente llega, está un tiempo y se marcha.
-Ya, claro. ¿Le importa si echo un vistazo a la habitación?
-Por supuesto que no, estoy encantado de poder ayudar al F.B.I. en su investigación.
-Es usted muy amable.
- (...) se alojaba aquí, en el número 4. No he tocado nada, está todo como lo dejó. Si necesita algo estaré en mi oficina.
-Muchas gracias, no se preocupe.




viernes, 17 de enero de 2003

El aprendiz



Desde la ventana de mi hotel contemplo las aguas, quietas igual que papel de plata. Dejo mi habitación y echo a andar por la ciudad en busca del último aprendiz de Ioannis...

Una lluvia muy fina golpea mi cara y resbala por mi piel, a la luz del neón, mientras atravieso un nuevo canal. La oscuridad de la noche se refleja en el agua, que brilla como en los cuadros de Van Gogh.

-Tú eres Rod, ¿verdad?
-No quiero problemas ¿vale, tío?

-Me dijeron que te encontraría merodeando el Moulin.

-Tranquilo, ya me iba… no tengo nada de dinero, tío…

-No te pongas nervioso, sólo estoy buscando información… podría recompensarte…

- (…) Soy todo oídos…
- Trabajabas para Doumas, ¿son obra tuya estas joyas?
- Sí, pero dejé de trabajar para ese pirado hace semanas, no sé porqué…
- Escúchame bien, chaval, el hombre al que estafasteis con estas joyas está muy enfadado, y es un hombre muy vengativo…

- Oye, tío, yo no tengo nada que ver en eso. Se las vendí a un americano, me dijo que se las iba a regalar a su madre, ¿vale?

- ¿Quién era? El americano… ¿quién te compró las joyas? ¿fue Johnny Spiegel?

- (…) No. No se llamaba Johnny. Se llamaba Paul, Paul Spiegel.

miércoles, 15 de enero de 2003

El taller de Ioannis


El lugar parecía no haber cambiado nada desde hacía años.
-Adelante, J.R. Cuánto tiempo sin vernos, eh?
-Gracias Doumas. Sí, mucho, la verdad.
-Pero pasa, hombre, no te quedes ahí en la puerta, pasa... ¿Sigues viviendo en Londres?
-No. Volver allí me trae malos recuerdos.
-Entiendo. Disculpa el desorden... ¿Quieres tomar algo: té, café...?
-No, muchas gracias... por cierto, ¿qué tal va el tema de la escuela de Halki?
-Sigue igual, los turcos no dan su brazo a torcer... Es agradable volver a verte de nuevo después de tantos años, J.R., aunque la verdad, no sé en qué podría ayudarte...

Sin darle tiempo a terminar la frase, saqué las fotografías y las puse sobre la mesa.
-Las joyas "de Helena"... aunque supongo que ya las conoces... creo que son obra tuya, Doumas...
-¿Qué? Sabes que lo mío son los cuadros... yo no tengo nada que ver con esas joyas...

Le agarré del cuello de la camisa y le empujé contra la pared.
-Sé que proceden de este taller... "tu" taller. Nos conocemos desde hace mucho, ¿de verdad crees que puedes engañarme?
-Vale, está bien, tío, tranquilízate. Suéltame ya, hombre. Suelo tener aprendices que se encargan de ese tipo de baratijas... sólo déjame revisar el libro de encargos.

Doumas se acercó a un gran libro de tapas rojas. Rápidamente sacó de su interior un revólver y me apuntó con él.
-Bueno, se acabó el juego, J.R. Ha sido un placer volver a verte. Ahora, lárgate por donde has venido.

domingo, 12 de enero de 2003

El Jardín de las Hespérides

El jardín de las Hespérides, el misterioso Edén del que Heracles había robado las manzanas de oro… el lienzo, de grandes proporciones, decoraba el salón en el que me habían pedido que esperara. De manera casi instintiva, acerqué mi mano hacia la pintura.
Apenas apoyé las yemas de los dedos escuché gritar a mi espalda:

-¿Qué demonios hace? ¡Aleje sus manazas de mis cuadros ahora mismo!

-Le ruego que me disculpe, señor LeBrook, tan sólo quería apreciar las texturas que…

-Déjese de tonterías y siéntese, tenemos un asunto que tratar. Ya me avisaron de que era usted algo excéntrico, pero nunca pensé que… Deje de mirarme así, por favor, ya sé que no le gusto. Usted tampoco me gusta, Zohar. Pero Gielgud dice que es el mejor en su trabajo… que tiene “un don”.

LeBrook me explicó como aquel hombre lo había estafado:

-¿Por qué iba a dudar de sus palabras? Se trataba de un profesor, dios santo… procuro informarme sobre la gente que pretende venderme cosas, ¿sábe?

-Por supuesto, señor.

-Gielgud ya le entrego el informe, ¿no es cierto?

- Sí, muy completo por cierto. Me preguntaba si podría enseñarme el colgante.

Examiné detenidamente las joyas, fiándome más en mi tacto que en mi vista.

-Vaya, si no fuera porque sé que no existen tales “joyas de Helena” creería que son auténticas. Una falsificación tan detallada, tan profesional, sólo puede proceder de un lugar…

Me despedí cortésmente.

-Y recuerde, Zohar, no me importa recuperar el dinero, sólo quiero venganza. Nadie se había atrevido a burlarse de mí así, en mis propias narices.

-Le mantendré informado, señor LeBrook. Por cierto, casi me olvidaba, el cuadro del salón…también es falso.

viernes, 10 de enero de 2003

Sayonara, Tokio



Ayer, Camille se empeñó en invitarme a un espectáculo de teatro Nō, para celebrar mi última noche en la ciudad. Nos conocimos hace unos meses. Apasionada de los libros de Amélie Nothomb, Camille vino a Japón tras terminar sus estudios de Historia del Arte en Nanterre.
Es una pena no haber tenido tiempo de aprender algo más de japonés, apenas entendí nada de la obra. Después fuimos con un par de amigos suyos a un karaoke. No es que sea muy aficionado a estas cosas, pero irse de Tokio sin pasar por aquí sería un sacrilegio. Sin apenas dormir arribo al aeropuerto, para coger mi avión a Los Angeles.


domingo, 22 de diciembre de 2002

Una propuesta tentadora

.- Vamos, vamos, más rápido... ¿es eso todo lo que puedes ha cer? ¡Ataca!

Haciendo cómo si no escuchase, Zohar retrocedió con un salto y en un rápido contraataque, desarmó a su maestro. Se despidió con una reverencia formal, y sólo sonrió al salir del tatami.
















.- Señor Zohar, un hombre q
uiere verlo. Dice que es amigo suyo.

En la puerta, con un elegante traje italiano, lo esperaba ¡el rollizo John Gielgud! Zo
har no podía creerlo.

- ¡Primo
! Hacía siglos que no te veía. Pero... ¿qué haces en Japón?
- Chico, no te lo vas a
creer: he ganado la regata en solitario alrededor del mundo. Ahora soy multimillonario...
- ¡Enhorabuena! Es increíble, después de tanto tiempo... pero mírate, estas echo todo un playboy... Ven, conozco un sitio donde sirven el mejor sushi de la ciudad...
- Vas a comerte eso?
- No, tío, cógelo tú.
- Gracias, ¿pido más sake?
- No me apetece beber más... y no me interesa el trabajo. Sabes que no me dedico a eso desde hace años.
- ¿Qué? Oh, vamos, primo, hazlo... por los viejos tiempos. Eras el mejor. Y lo sabes. (...) Tienes que olvidar aquello.
- No es tan fácil, ¿sabes?
- Oye, piénsatelo, no tienes que contestarme ahora. Echa al menos un vistazo al dossier... se trata de un estudioso, una especie de
arqueólogo...